Introducción
El concepto Occidente es de origen latino y nació como una referencia geográfica o astrológica: el lugar donde se pone el sol.
Esta idea acabaría convirtiéndose en una especie de máxima, de consigna. Esta transformación se produjo en la propia Europa, adquiriendo un concepto mítico globalizante, hasta el punto de convertirse en una identidad masiva totalizadora. Una megaidentidad, que sería lo que Marc Crepón denominaría “geografías de la mente”.
El concepto de Occidente se fue abriendo paso a través de una idealización de la historia del continente europeo, al objeto de crear un bloque frente al resto del mundo.
Occidente se convirtió en un concepto totémico que hace referencia a una unidad trascendente, a un espíritu de Europa, a una civilización europea que se piensa única y cree ocupar un lugar central en la historia del mundo.
Pero esa Europa unida y homogénea es un mito, y este mito busca reforzar las separaciones con Oriente, entendido también como una unidad.
Serían los filósofos y sociólogos alemanes, con Hegel y Max Weber a la cabeza, los responsables de construir la existencia de un destino occidental común a los pueblos europeos.
Con Renan, el concepto de Occidente se desarrolló de forma flagrante. A partir de entonces, el mundo occidental empezó una fulgurante carrera a partir de la cual comenzará el discurso binario: el bien y el mal, lo civilizado y lo bárbaro, y el discurso épico de Francois Guizot identificando civilización con la historia europea.
El concepto de Occidente es una construcción totalitaria y falsa ¿Por qué?: De igual manera que nunca hubo homogeneidad en el Oriente, tampoco la hubo en el Occidente.
El filósofo y teólogo por la Universidad de Oxford, Jonathan Black, echa por tierra la idea de un Occidente unívoco al afirmar en La Historia Secreta del Mundo la existencia de dos grandes cosmovisiones occidentales condenadas a un enfrentamiento de por vida.
“El impulso por descubrir todo lo que hay en el mundo, que inspiraría la revolución científica, alertó también al hombre a realizar expediciones para explorar nuevos horizontes (,,,) La esperanza de encontrar un Nuevo Mundo estaba estrechamente asociada a las expectativas de entrar en una nueva Edad de Oro..”
Cuando Colón llegó a América ignoraba que estaba a punto de comenzar “una guerra contra un enemigo que estaba más cerca de casa (es decir, en la propia Europa), y cuyo poder crecía rápidamente…”
“Se estaban trazando las líneas de batalla por el control del mundo, no sólo a nivel geopolítico, sino en los mundos espirituales. Sería una batalla por el espíritu global de la humanidad”
Reflexiones
Efectivamente, la guerra permanente entre los imperios español y británico es y sigue siendo – digo es, porque no ha terminado- por el espíritu de la humanidad.
Si Occidente hubiera tenido unos valores razonablemente homogéneos, el enfrentamiento de ambos imperios hubiera sido por motivos geopolíticos, pero no fue simplemente así. En el centro de la pugna estaba qué valores serían los que dominarían el mundo. Lo que el autor inglés llama en su libro “el espíritu global de la humanidad”
Jamás ha existido un Occidente uniforme. Al menos, han existido dos: el hispano y el anglosajón. El primero creado en torno a los valores católicos y, el segundo, los protestantes.
Estoy hablando de valores, no de dogmas. Bajo este prisma, una persona sería católica o protestante no por la creencia en sus dogmas, sino por entender el mundo de acuerdo a los valores de la religión correspondiente; es decir, a su cosmovisión, su comprensión del mundo y de la vida.
El catolicismo ha sido tradicionalmente comunitario, sin renunciar a la individualidad de la persona. El protestantismo ha hecho hincapié en el carácter individual, asumiendo la impronta social de cada cual. Pero comunidad y sociedad no son lo mismo. Ambas colaboran en pos de un objetivo compartido, pero mientras en la comunidad el bien común no será una simple suma aritmética de los beneficios individuales, la sociedad se asemejará más a un contrato mercantil, donde el bienestar general se relacionará con la resultante de la suma de los intereses de cada uno de sus miembros y, al igual que en una sociedad comercial, cada integrante entrará y saldrá de ella según su conveniencia; por tanto, sus vínculos serán endebles y supeditados a su motivación personal. En la comunidad, los vínculos tendrán una vocación de permanencia, más allá de los intereses particulares. Las motivaciones individuales serán condicionadas por el bien común.
El protestantismo es utilitarista; entiende al ser humano en función de su utilidad. Para el catolicismo, el ser humano es, ante todo, trascendente. No es casual que el liberalismo actualmente dominante, muy diferente del nacido en España a inicios del XIX, sea de origen protestante, como tampoco lo es que naciera en su seno la filosofía idealista. La ideología liberal-idealista propagó a los cuatro vientos que cualquier ser humano podía ser lo que quisiera, despreciando las circunstancias, lo que denota un grado relevante de irracionalidad.
El arraigo de la predestinación les hace creer que el triunfo material en la vida es el resultado de un designio divino, y necesitan de ese triunfo, contra viento y marea, para demostrarse a sí mismos que Dios está de su lado. Ese enfoque desembocaría en un supremacismo racista ya presente en Locke, Kant o Heidegger. Ese supremacismo les hará menospreciar las consecuencias de sus abusos, pues el abusado es, a la postre, el responsable de sus desdichas.
El planteamiento actual que pretende supeditar la materia, es decir, la biología, a la idea que cada cual tenga de sí mismo, por chocante y cambiante que sea, hunde sus raíces en el psicologismo de la filosofía liberal-idealista. Liberal, en tanto que respalda que ningún obstáculo debe frenar los impulsos particulares, e idealista, al defender que la psique –la aspiración mental- no debe detenerse ante la realidad de la naturaleza humana. Por ejemplo, que un adulto se sienta un niño de 5 años y este “psicologismo” obligue a que los demás olviden la realidad biológico morfológica y traten este deseo, antes considerado locura, como un derecho humano.
Despreciar las circunstancias es irracional, pero es que la entente liberal-idealista lo es. Gustavo Bueno explica perfectamente en su obra cómo el nazismo fue el último hito de una cadena iniciada en Lutero y construida a través de Kant, Nietzsche o Heidegger.
En pleno siglo XXI vemos como la versión más extremista del protestantismo, la puritana, ha terminado por imponer su visión del mundo.
El puritanismo arrasa en una sociedad con los lazos comunitarios de herencia católica muy debilitados. Donde la comunidad se lava las manos ante las circunstancias de sus semejantes, justificando su actitud con un “que reclamen al Estado, para eso pago mis impuestos”. El problema es que el Estado no es más que un aparato burocrático manejado por los intereses de una oligarquía partitocrática y corporativa. Hacer recaer sobre el débil, el necesitado, el peso de la queja ante el Leviatán contradice el discurso tan manido de la solidaridad.
El puritanismo pregona el castigo eterno. Si alguien cometiera algún error, sus consecuencias le perseguirán de por vida. El perdón católico va camino de ser definitivamente enterrado.
Los países de tradición cultural católica han confundido dogmas con valores. La derrota política y, lo que es peor, anímica del mundo hispano, conllevó la derrota de los valores defendidos por él, echándose en brazos no sólo de los enemigos geopolíticos históricos; también de sus valores, y el utilitarismo domina sin excepción.
Pero los utilitaristas no se fían. Por eso es insuficiente la fragmentación conseguida hace dos siglos. Pretenden demoler a los países que nacieron después de aquel naufragio: México, Argentina, Filipinas, Colombia, España…..; todos, absolutamente todos, somos resultado de aquél.
Conclusiones
La idea del Occidente unívoco es falsa y totalitaria, insisto. Con ella se pretende legitimar el triunfo del utilitarismo y su imposición al otro Occidente, el hispano, de unos valores contra los que nuestros antepasados combatieron.
Sin entender esto será imposible relacionar e interpretar adecuadamente lo que sucede en nuestros países.
El mundo hispano posee personalidad propia dentro del occidente geográfico, sencillamente porque nuestros valores civilizatorios difieren de forma sustantiva en muchos aspectos de los del occidente anglosajón. Hago hincapié en que el mundo hispano no está unido por una cultura, sino por una civilización, sencillamente porque una civilización es un concepto muy superior al de cultura. Y eso es lo que somos.
Es fundamental entender y defender esta diferencia. Es la primera capa de los cimientos sobre los que construir nuestro lugar en el mundo.
Pero, además, el mundo hispano sobrepasa la idea geográfica occidental.
¡No somos una pieza más en un Occidente controlado, dirigido y manipulado por la entente anglosajona! Nuestro lugar en el orbe se parece más al lema de Felipe II, Non sufficis orbis (El mundo no es suficiente) que a una referencia geográfica simplona y corrompida por unos valores que, en gran parte, no nos representan.
Somos un corazón palpitante que nos incluye a todos, rodeados por centenares de millones de abrazos que buscan volver para darse y recibir calor, y es que nos sobra a raudales.
Bibliografía
JUDERIAS, J. (Ed. 2007): La Leyenda Negra. ATLAS. Madrid.
DE MAEZTU, R. (4ª edición en esta editorial, 2017): En defensa de la Hispanidad. Rialp. Madrid.
Marcelino Lastra Muñiz